Una decisión egoísta

Los gobiernos son–o deben ser–una máquina para defender a los individuos que constituyen la sociedad de los enemigos que todos tienen en comun: el crimen, el terrorismo, y los estados belicosos. Su función principal es de proteger los derechos de la vida, la libertad, y la propiedad. No deben servir para beneficiar a algunos individuos de la sociedad por medio de dañar y perjudiciar a otros.

Sin embargo, hoy en día hemos constituido el estado como una entidad que acierta el dicho de Frédéric Bastiat:

El estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás.

Para los que nunca se defenderán, y que consideran así al estado, les parece que la decisión que deben tomar en cuanto a las leyes de armas es una sola: deben apoyar el desarme total de la población. Ellos mismos no se verán afectados por tal proyecto; como nunca pretendieron defenderse a sí mismos, no se les puede quitar de la mano el arma que nunca poseyeron. Pero por alentar el desarme, suponen que así se granjearán el beneficio de que la sociedad en toda su extensión quedará igualmente desarmada.

Sin considerar lo equivocados que son–pues recién salió el director de la FBI a decir que los ciudadanos armados apoyan a las unidades de la ley–proponen victimizar al prójimo armado no para beneficiar a la sociedad, no para defenderla de un enemigo que tienen todos en común, sino para beneficiarse a sí mismos, sin importar el costo para vos y para mí, para nuestros hijos, ni para nuestra posteridad. Bajo la fuerza electoral de tales personas, el gobierno ya no es máquina para defender nuestros derechos, ni para defender los intereses comunes de todos–es herramienta para bendecir a algunos y maldecir a los demás, y así traicionar su deber sagrado de proteger a sus miembros constituyentes. En tales condiciones se ha perdido la visión del general Aparicio Saravia:

La patria es algo más de lo que tú supones; la patria es el poder que se hace respetar por el prestigio de sus honradeces y por la religión de las instituciones no mancilladas; la patria es el conjunto de todos los partidos en el amplio y pleno uso de sus derechos; la patria tiene que ser la dignidad arriba y el regocijo abajo.

El desarme es una decisión completamente egoísta.

El “privilegio blanco” y el control de armas

Aquí en los Estados Unidos se ha hablado mucho últimamente de un tema que es el “privilegio blanco”; el idea siendo éste: que una persona de raza blanca, europea, crece en este país con ciertos privilegios por los que personas de otras razas tienen que estar siempre luchando, si es que los puedan alcanzar en absoluto; a su vez, el tener estos privilegios por razón de color de piel hace que las personas blancas fallan en entender la lucha y la perspectiva de las otras razas y entonces la voz blanca, en temas de política racial, ya no es apta y se tiene que o educar o callarse.

No tengo mucho que decir en cuanto al tema en sí, y no lo voy a discutir aquí. Lo que sí voy a decir es que hoy, sin la menor duda, al privilegio blanco lo vi en acción.

Se discutía en un red social el porte de armas fuera de casa. Tres personas estadounidenses de raíz europea decían que era más seguro dejar las armas en casa, que preferían el porte abierto de pistolas al porte oculto porque así podían ver cuál de los “locos” estaba armado, y que los que portan armas se piesan superhéroes por lo que han visto en la televisión y que por eso son “los malos” cuando están en la calle.

Digo que es un ejemplo de una actitud privilegiada porque en ningún momento sostuvieron estas personas, ni lo consideraron, que una persona puede querer portar un arma fuera de casa no porque se piensa superhéroe, ni mucho menos porque es un “loco” o “malo”, sino porque su vida está en riesgo por las condiciones no privilegiadas en que vive.

Daré dos ejemplos, uno de la ficción (ya que es de propogación amplia y refleja en algún respecto nuestra verdad), y otro de mi propia experiencia:

  • En el film “Capitán América y el Soldado del Invierno”, Nick Fury (Samuel L. Jackson, actor que en otra ocasión dijo que se había criado enredado de armas de fuego, y que nuestros problemas hoy en día no vienen de las armas sino de una falta de respeto por la vida humana) cuenta como su abuelo trabajaba toda la vida manjeando un ascensor. Al pasar los años el barrio en que vivía se volvió peligroso; viajando entre el puesto de trabajo y el hogar portaba con él un revólver, dentro de una bolsa, el cual mostraba a los que le desafiaban, preguntándole qué llevaba adentro. Concluye Nick Fury que su abuelo amaba a las personas pero no confiaba en ellas.
  • Yo he vivido en unos barrios medio bravos, con alta índice de pobreza y de crimen, cosas que van de la mano. En dos ocasiones (dejando al lando intentos fracasados) fui robado. Estos robos ocurrieron a punta de arma, y en una de ellas, entre golpearme con sus manos, el ladrón puso su revolver contra mi cabeza. Podía sentir el acero en mi piel. En la otra ocasión, estaba yo también armado, con un cuchillo de hoja fija de unas seis pulgadas, pero elegí no usarlo. Por suerte, en ninguna ocasión fui lastimado, ni por bala, ni por ladrillo (con que también me intentaron robar), ni por mano de ladrón.

Hablé de vivir en condiciones no privilegiadas. Vivir en tales condiciones puede darle a uno una perspectiva diferente respecto a la vida y a la seguridad personal. El “privilegio blanco”, en cambio, le puede dar a las personas otra perspectiva respecto a estos temas, perspectiva en que su único contacto con la violencia de armas de fuego es por los medios de comunicación. Estando físicamente seguras, las personas pueden adquirir una actitud muy ajena a la realidad, o en otras palabras, pueden substituir su realidad privilegiada por la realidad que viven todos nosotros. En sus casas con sistema de seguridad, dentro de barrios privados con vigilantes y patrullas, en zonas con bajo índice de crimen, y aún más bajo índice de crimen violento, pueden suponer que las armas de fuego sólo sirven para malas personas y para locos y quien no comparte este sentimiento seguramente se piensa superhéroe, y así también él es un malo.

Pero estas personas viven una vida segura. El idea de que lleguen a ser víctimas de violencia armada no es algo que toman muy en serio, sino que es algo que les excita, como se excitan las personas al ver películas de horror. Por un breve momento se entretienen con la ilusión de la inseguridad, pero siempre cuentan con el hecho de que es sólo una ilusión. Se piensan más maduras, más inteligentes, más serias, y menos locas que las personas que por alguna razón (¿tal vez por su falta de privilegio?) consideran la inseguridad como realidad. Estas personas privilegiadas (del color que sean) se consideran dignas de tomar las decisiones a favor del resto de nosotros, sin aun consultarnos en cuanto al asunto–por supuesto, somos locos, o malos, o estamos en fantasía de superhéroe, y nuestras opiniones, y nuestra seguridad, no entran en los cálculos.

Volvamos a nuestros ejemplos. El abuelo Fury no era un loco–respondía a una inseguridad verdadera. No era un malo–era un hombre que quería volver de su trabajo honesto a su hogar humilde sin sufrir violencia. No se pensaba un superhéroe, aun en un universo en que los superhéroes sí existían–sólo sabía que frente a la posibilidad de violencia, un hombre común y corriente como él precisaba alguna herramienta para multiplicar sus posibildades de sobrevivir.

En mi caso, no soy un loco–a veces porto arma, y otras veces no, pero aun cuando practicaba un porte diligente, mis acciones fueron siempre sobrios. No soy un malo–soy un hombre que ha sido víctima de la violencia armada y que quiere vivir su vida en paz, pero sobre todo la quiero vivir. No me pienso superhéroe–conozco mis capcidades, soy juicioso en el uso de la fuerza, y siempre tomo el camino que me ofrece la mejor posibilidad de sobrevivir, como dar a un ladrón armado el dinero que llevo encima, aun cuando también llevo encima un cuchillo verijero.

Ésta es la realidad que conozco. Me considero tanto blanco como latino, y en cuanto al “privilegio blanco” del todo no puedo comentar. Pero sí puedo decir que, no conociendo las circunstancias que vivien otros, me niego a decirles como asegurar sus bienes y sus personas. El tomar nuestras propias decisiones a base de nuestra realidad es un privilegio que merecemos todos.

La libertad de armas en el estado de Israel

Sin declaraciones ni a favor ni en contra de las políticas más polémicas del estado de Israel, escribo lo siguiente. Israel es un estado que en un principio celebraba una libertad de armas casi plena para sus ciudadanos, pero en estas últimas décadas ya no. Comparto este nuevo post de Faceboook de MK Moshe Feiglin, un político israelí:

Las armas de fuego tienen que estar en las manos de civiles–no en las manos de asesinos. El verano pasado, luché en el Comité Interior del Kneset en contra del plan de Ministro de Seguridad Interna Aharonovitz para reducir el número de civiles autorizados para portar armas. Él había introducido un proyecto de ley que exigiría que todo poseedor de arma de fuego sufriera una examincaión psiquiátrica.

Pude convencer a los miembros del Comité Interior que el plan de Aharonovitz sería un grave error. El proyecto fue cambiado y ahora, ciudadanos honestos con armas de fuego pueden seguir portándolas y reaccionar en caso de un ataque terrorista.

El próximo paso urgente es de aflojar el proceso de concesión de licencias de armas de fuego para los ciudadanos honestos y leales de Israel. Seguiré trabajando para la seguridad de Israel y para la libertad de sus ciudadanos.

La cultura de armas en una guerra cultural

Hace tiempo que no escribo–con todo lo que pasa en la vida, a veces uno queda ocupado, como ustedes ya bien sabrán. Vuelvo a tomar la pluma esta vez para comentar respecto a algo que he visto varias veces, tanto en mis viajes al exterior como por las actitudes expresadas por esta gran herramienta que es el internet, que nos conecta y facilita el libre fluir de información por casi todo el mundo.

Hablo respecto a una guerra cultural que existe entre basicamente un país solo (los Estados Unidos de América) y un grupo de otras países, mayormente europeas. Con o sin justificación en sus varios aspectos, el segundo grupo considera que los Estados Unidos de América es un país de una cultura retrasada y que su propia cultura es una progresiva. Bien, ahora poniendo eso aparte, este segundo grupo de personas europeas ve la cuestión de las armas dentro del esquema de esta guerra cultural.

Es decir, que al considerar las armas de fuego, y las leyes que se deben establecer respecto a ellas, personas de este otro lado de la guerra cultural muchas veces parecen incapaces de considerar la cuestión de manera independiente. Lo ven primera y muchas veces únicamente como otro frente en la guerra cultural: están por lo general en contra de la tendencia de armas de fuego no por ellas en sí, sino porque la ley y la cultura norteamericana están mayormente a favor de la misma. En este caso, el derecho de armas o el control de armas, o mas bien las actitudes que se poseen respecto a ellos, sirven simplemente para comunicar la actitud hacia la cultura de los Estados Unidos.

Es algo extremamente desafortunado. Me ubico en los Estados Unidos y soy orgulloso de ser estadounidense, y soy orgulloso que lo bueno que mi país ha logrado tanto internamente como externamente. Más allá de eso, a la vez admito francamente que no somos un país perfecto, que nuestro gobierno ha cometido muchos errores que han perjudicado el bienestar de muchas naciones y varios pueblos externos, y que nuestra cultura no está sin sus faltas. Pero todo eso no debe importar cuando uno considera la cuestión de los derechos naturales, incluso los de tener y portar armas. Éste no es un derecho norteamericano, sino que ¡es un derecho humano! Sea lo que sea la opinión de uno respecto a mi país, esa opinión no debe echar prejuicio sobre la libertad–la libertad de tener armas–como tampoco el amor a una prensa libre o a los derechos de los acusados debe sufrir por una mala opinión hacia mi país, siendo ellas cosas que nosotros también sostenemos. Si son cosas buenas en sí, que sean buenas para todos, y no odiadas por odio a quien las ama.

Que la libertad no sea víctima inocente de una guerra cultural.

La democracia, la ciudadanía, y el derecho de armarse

Los orígenes de la democracia están en el antiguo Grecia, en el polis de Atenas. En aquella ciudad, como en otras ciudades-estados de la región, había un fuerte concepto de ciudadanía: el idea que todo ciudadano, en aquel entonces cierta clase de hombres, tenía una responsabilidad de apoyar a su patria (es decir, el pueblo en el que vivía), que a su vez se constituía por la voluntad y la activa participación de sus ciudadanos. Los ciudadanos no eran personas incapaces, personas débiles atados a un fuerte gobierno que los ayudaba como un padre ayuda a un nene. Eran hombres autosuficientes que no tan sólo servían a sí mismos, sino también a su comunidad. Este servicio, este sentido de pertenencia y responsabilidad comunales, los impulsaba a formar el cuerpo de milicia que defendía cada cual su propio polis, mientras ellos como individuos se juntaban en el escenario político para participar activamente del gobierno del mismo. Era el primer gran ejemplo de gobierno participativo y representativo que inspiró a los revolucionarios y fundadores liberales del continente americano, desde Canadá hasta Argentina: una organización de hombres libres y armados que se vieron capaces de gobernar a sí mismos y de defenderse también.

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La relación entre una ciudadanía armada y la institución de la democracia fue el enfoque de estudios mucho antes de este post. Hay una gran composición por el renombrado Dave Kopel llamada “Armas y los Griegos“, la cual leí hace muchos años y, dejando su marca a través de los años, seguramente inspiró mi pensamiento de hoy. Igualmente, ahí salen varias citas del importante e influyente filósofo griego Aristoteles. Explica cómo tiene que funcionar el sistema democrático:

Cuando los ciudadanos en general administran el estado para el interés común, el gobierno se llama por el nombre genérico–una constitución… en un gobierno constitucional, los hombres-guerreros tienen el poder supremo, y los que poseen armas son los ciudadanos.

Luego, comenta respecto a la relación entre una ciudadanía armada y la democracia, que la última cosa procede de la primera:

Pero cuando crecieron las ciudades y los bien armados aumentaron en fuerza, más gente podía participar en el gobierno, y ésta es la razón por la cual los estados que hoy se llaman gobiernos constitucionales antes se llamaban democracias.

Habla también de la seguridad que provee una ciudadanía armada a la libertad de un estado:

…tiene que haber armas, pues los miembros de la comunidad precisan de ellas, y también en sus propias manos, para mantener autoridad tanto contra súbditos desobedientes como contra agresores externos.

…ya que es cosa imposble que aquellos que son capaces de usar o resistir fuerza estén dispuestos a estar siempre en subordinación… aquellos que portan armas siempre pueden determinar el destino de la constitución.

Hoy en día, desafortunadamente, hay muchos que ven las cosas de forma diferente: el estado es el gran padre (o la gran madre, en algunos casos) de todos, que nos ayuda a todos (pues, y especialmente con todo poder concentrado en manos del estado, somos incapaces de lograr las cosas por nosotros mismos), y que nos protege a todos de las maldades de este mundo. A cambio, a nosotros sólo se nos pide que paguemos los impuestos y que de vez en cuando recurramos a elecciones para elegir quién será el padre o la madre de la patria por los próximos años. Una real participación, una real iniciativa propia e individual, que busca no exigir más beneficio del estado y más dependencia de parte de la población, sino que busca solucionar problemas propios y establecer la libertad, es cosa poco común. No está el concepto del ciudadano autosuficiente y responsable, no está el concepto de un gobierno y un pueblo que son lo más sinónimo posible, y ciertamente en muchas de las “democracias” de hoy no está el ideal de una ciudadanía armada que participa activamente en la defensa de su patria. El modelo antiguo y el modelo actual seguramente no coinciden en casi nada–¿por qué, entonces, les llamamos a los dos “democracia”? Considerando al civil no como igual del siervo público, y a la ciudadanía no como la fuente de su poder y la base del gobierno mismo sino como una amenaza contra su seguridad, gobiernos asi seudo-demócratas se aprovechan de excusas relacionadas con la prevención del delito y así fomentan leyes desarmistas.

Fue contra tal actitud que advirtió el filósofo ya nombrado, diciendo:

Como en oligarquía así también en tiranía… ambas desconfían del pueblo, y entonces lo privan de sus armas.

El ciudadano, el individuo, es la base del poder de un gobierno, es la fuente de su autoridad. Un gobierno que representa al pueblo, o sea, al conjunto de ciudadanos, tiene poco de temer de que esté armado. Al contrario, una ciudadanía armada es la mejor y suprema defensa de su patria y entonces de su gobierno, si es que ese gobierno es legítimo representante del mismo: por esa razón países a través de la historia, desde Atenas, hasta Inglaterra de la época de los arcos largos, hasta Brasil a principios del siglo XX, hasta Suiza de hoy en día–por eso todos esos países y más han confiado en su propia ciudadanía armada para defenderse. Pero cuando el gobierno no representa al pueblo, y cuando lo teme más que a enemigos externos, entonces lo desarma. Desafortunadamente, muchas veces tiene el apoyo del mismo pueblo engañado en esto–pues le ha enseñado a temer las herramientas de su propia libertad.

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Es realmente algo triste porque no tan solo prepara el camino para el despotismo, como se ha visto a través de la historia, pero forma parte del cambio de la posición del ciudadano respecto al estado. Preguntémonos: nuestros caudillos libertadores de antaño que guiaron a nuestros abuelos a la victoria, nuestros himnos nacionales que reclaman la libertad y prometen que “coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir”, nuestros héroes patriotas cuyas palabras y sangre pintaron una visión del futuro, realmente nos llaman a ser niños ante un estado paterno? Realmente nos piden arrodillarnos ante tiranos y agacharnos ante ladrones y asesinos? Estamos viviendo de acuerdo con la visión de la libertad? Somos ciudadanos o somos súbditos?

 

Quien tiene arma ¿tiene un problema?

Érase una vez un joven que se cruzó con un caballero kiosquero a quien le compró un pebete de jamón y queso, un alfajor, y una Coca-Cola. Al mover el joven su saco para sacar el dinero con que pensaba pagar, y sin intención ni dándose cuenta, quedó expuesto a la vista el mango de un cuchillo verijero, lo cual llevaba el joven en la forma tradicional, al nivel del apéndice y bajo su faja. Pagó al hombre y ahí recién éste le preguntó:

“¿Vos sabés que es ilegal llevar armas?”

Sorprendido, el joven le respondió: “Me habían dicho que no.”

“Es ilegal,” insistió el kiosquero.

“Un conocido mío conoce muy bien el tema, y enseña al respecto. Me dijo que era legal siempre que la intención no fuese criminal.”

“No, pero igual vos estás portando una arma blanca. No se puede. Encima, a veces la mejor arma son éstas”, dijo, sosteniendo las manos. Luego, con una actitud de satisfacción vanidosa, pasó las mismas manos por su cintura. “Mirame a mí: yo no porto armas. Yo no tengo miedo.”

“Yo no tengo miedo, pero tampoco me quiero descuidar,” respondió el joven humildemente.

“Sí, pero a veces es peor tener arma. Si la tenés que sacar, después puede terminar siendo peor para vos.”

“Bueno, gracias por decirme,” respondió el joven, todavía inseguro respecto al consejo que se le había dado.

“Te digo porque a mí me gustan los cuchillos. Los colecciono,” dijo el kiosquero, “pero los dejo ahí en casa.”

“Bueno, de igual manera, voy a buscar en la ley para asegurarme,” dijo el joven. “Gracias de nuevo.” Y así se fue.

Lo que ahí transcurrió es indicativo de unas cuantas falacias que se han establecido en el corazón de la población en general. Convencidos de su propia civilización, y de la barbarie de aquellos que tienen o portan armas, la actitud que poseen y exponen tipos como el kiosquero se puede resumir en una frase célebre:

Quien tiene arma tiene un problema.

Esta actitud es una que, hablando francamente, nace desde la ignorancia. Supone, ante todo, que el arma sirve de poner más en peligro a su dueño que a cualquier otro, que es para él un mayor riesgo que cualquier utilidad que ofrezca, que directamente no tiene utilidad, o que es una mala cosa en sí. Mas la gente que la repite no es, en su totalidad, mala gente–como creo que la mayoría de las personas en este mundo son bastante buenas–sólo es que se les ha dado a comer una mentira hasta el punto que la tragan entero.

Empecemos con las aserciones del kiosquero.

  1. Primero, dejando al lado cuestiones legales, él sostuvo que las mejores armas pueden ser las manos. Ésta es una de las falacias preferidas de los hoplófobos, que la mano vacía es más eficaz para la autodefensa que la mano armada. Se escucha muchas veces junto a fantasías karatecas, donde normalmente un novato en el noble estudio de las artes marciales no armadas busca justificar a sí mismo contra la dura realidad de la calle y de la historia humana: que, ceteris paribus, las armas son una ventaja en el combate. Como dijo el gran luchador brasilero, Rorion Gracie, “¿Más de uno? ¡Usá arma!”
    Hay un excelente artículo por Don Rearic, llamado “La realidad de la calle vs. otras realidades“, que habla específicamente de este mito. Él identifica razones por qué alguien diría tal cosa (entre ellas que la persona siente incómoda al saber que otra persona sabe usar armas que ella misma desconoce), e indica que no es cierta por razones históricas (ningún ejército se presentó al campo de batalla sin armas si fuera posible armarse).
    Yo voy a ir más allá y comparar la primera idea expresada por el kiosquero con otra que él mismo sostuvo: que las armas blancas son inapropiadas para llevar en la calle, cosa que lógicamente tiene que asociarse con el hecho de que las armas blancas son más peligrosas, más eficaces en el combate, que la mano vacía. Ese hecho sí es cierto; la conclusión del kiosquero a base de ello no lo es, y lo discutiremos luego. Por ahora reconozcamos que se contradice gravemente él que sostiene que las armas blancas son demasiado peligrosas para llevar encima, pero que la mano vacía es más eficaz (es decir, peligrosa) en la autodefensa: si las manos son armas más peligrosas, será de poca importancia que uno tenga un cuchillo a la mano.
  2. Segundo, el kiosquero sostuvo la falacia de que llevar arma comunica temor, miedo, o paranoia de parte de quien la lleva. Es una falacia porque supone que hay una sola actitud–la que probablemente tendría el kiosquero al verse impulsado a portar arma, ya que es él que las asoció con el miedo–con que se puede llevar un arma; la respuesta del joven muestra que no es cierto.
    Podemos hacer comparaciones con el tránsito automotriz: que uno lleve casco cuando encima de la moto, o cinturón de seguridad siendo pasajero en un auto, no quiere decir que tenga miedo o paranoia hacia la calle. Quiere decir que uno reconoce un probable peligro y, sin dejarse dominar por el miedo, se prepara ante el mismo. Tanto escritura religiosa como Clint Smith sostienen que él que está preparado no tiene por qué temer. Ser precavido no es ser paranoico.
    Antes bien, ser precavido respecto a la autodefensa no es nada más ni menos que reconocer que hay situaciones inesperadas que surgen en esta vida; que las mismas pueden perjudicar nuestra salud, nuestra vida, y las mismas de nuestros seres queridos; y que conviene prepararnos de antemano para enfrentarlas. El simple hecho de llevar un arma, y de aprender a usarla, no es una preparación drástica, no nos cuesta nada, pero sí nos da la oportunidad de, frente a situaciones precisas, ser los dueños de nuestro propio destino. Como dice el refrán, es mejor tenerla y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla. En esto no hay paranoia.
  3. Tercero, el kiosquero indicó que las armas pueden hacer peor las cosas para quien las usa en defensa propia. Si se dijo en el sentido de riesgo legal, es una falacia porque supone que el costo de llevar y usar armas en circunstancias no claramente legales (como las circunstancias que discutían el joven y el kiosquero; conste que no hablo de romper la ley, sino que reconozco que aun donde la autodefensa armada no se considera delito a veces surgen complicaciones legales) es mayor que el costo de precisarlas y estar sin ellas en el momento debido. Sencillamente: supone que es peor sufrir una condena de cárcel que una muerte de la cual no hay salida. Si la arma se necesita–pues, usarla en circunstancias cuando no se necesita no se trata de autodefensa, y entonces no tiene que ver con nuestro análisis; el kiosquero mismo supuso una situación en que el arma se tenía que sacar–entonces la vida está ya en peligro, y no conozco a nadie que en el momento de urgencia se dejaría matar por no comter una posible violación del código penal.
    Si la conclusión se sacó en el sentido de riesgo físico, que el arma hará peor a una mala situación, o que hasta le será quitada al dueño y usada en su contra–es otra de las falacias que muchas veces sostienen los hoplófobos, tomando una remota posiblidad y haciendola el enfoque de una análisis. Que es incierto se muestra recurriendo a la estadística. Hablando específicamente de armas de fuego, el doctor Gary Kleck encontró que

    …es mucho menos probable que las víctimas que usan armas sufran heridas o pierdan propiedad que otras víctimas parecidas en circunstancias parecidas usando cualquier otra estrategia de autoprotección, incluso la de no ofrecer ninguna resistencia. Es poco común que víctimas que usan armas sufran heridas, y cuando si las sufren, normalmente se hirieron antes de que emplearan el arma. Por ejemplo, menos de 6% de víctimas de robo que usan armas de fuego sufren heridas después del uso defensivo del arma, y algunas de estas heridas a lo más probable se hubieran inflingido de igual manera, sin o con resistencia.

    Pero ni ahí nos es necesario ir. Podemos mirar simplemente a la lógica, y considerar las fuerzas de seguridad o a los criminales mismos. Si usar armas perjudica más a sus dueños que a los enemigos de ellos, o si perjudican más que no usarlas, entonces las fuerzas policiales y los criminales no usarían armas, y preferirían que sus enemigos (en el caso de los criminales, nosotros) sí las usaran para así ponerse a desventaja. Sin embargo, tanto la policía como los enemigos de la ley emplean armas blancas o de fuego, y 57% de criminales temen más el encontrarse con víctimas armadas que con la misma policía.
    Entonces ni en el sentido legal, ni físico, las armas no empeoran la situación de quien las emplea en defensa propia.

Bueno, hemos dejado en claro que nuestro amigo kiosquero estaba equivocado. ¿De dónde sacó su actitud? Hemos dicho que puede que algunas personas critican la portación y el uso defensivo de armas porque no conocen las mismas, lo cual les incomoda ante una persona que sí las conoce o que está dispuesta a portarlas. Eso es un sentimiento natural, y su mejor remedio no es la condenación, sino el aprendizaje. Las armas son igualadoras, y si es que tomamos la iniciativa propia de armarnos tanto con herramientas de defensa como con capacitación, nos pueden dar la ventaja contra el mal. A cambio, es un grave error querer criminalizar su tenencia y portación para que nuestros buenos vecinos queden forzados a compartir el estado de indefensabilidad que hemos elegido para nosotros mismos, y así buscar igualdad en la debilidad para nuestra propia satisfacción. No tan sólo es injusto, sino que puede costar vidas.

Otra explicación puede ser que el kiosquero nunca tuvo ocasión de defenderse ante una amenaza más real que una pelea de boliche, y entonces nunca vió la necesidad de portar armas–siendo ése el caso, si bien no lo podemos culpar por su desconocimiento, debemos culparlo por dar consejos sin conocimiento, como el consejo que la mano vacía es más eficaz en cuestiones de autodefensa. El remedio aquí es ayudar a tal persona a darse cuenta de las realidades del mundo en el que vivimos, mientras oramos para que nunca se terminen dando cuenta por vivirlas en carne propia.

Sugiero otra explicación: ya que el kiosquero sí tiene algún conocimiento de cuchillos, podemos considerar su hostilidad respecto a la portación de las mismas una manera de separarse a sí mismo de los que sí las portan. Naturalmente existen éstos últimos en otra categoría: por él, los cuchillos no son armas en el sentido más puro, sino que son juguetes o piezas de arte. Él no es uno de aquellos locos que las consideran capaces de herir o dañar, aunque sea en autodefensa, así que por favor no le vengan a él con críticas de paranoia. Él no está en eso. Él es uno de los verdaderos responsables, y ¿qué mejor manera de mostrarlo que aconsejando con condescendencia a uno de los “otros”? Frente a tal actitud debemos responder como el joven en el cuento, y simple ser humildes: si es que “otros” hemos de ser, seamos los “otros” mas gentiles que podamos.

Al final, probablemente los tres factores juegan en su decisión de aconsejar en contra de la portación de armas por razones más que legales y con tal actitud.

El kiosquero es sólo uno de muchos que consideran que tener arma es tener un problema. Se asustan con visiones de accidentes, de irresponsabilidades borrachas, de pasiones violentas no contenidas. Proyectan estos miedos–miedos que capaz que sienten hacia sí mismos–sobre el resto de la sociedad y así repiten el refrán. Es algo que creen, y como les parece que hacen bien, se sienten bien al creerlo. Nunca precisaron de armas, y como no quieren matar a nadie, ¿para qué?

Admito que la frase “quien tiene arma tiene un problema” puede ser cierta, tal como lo pueden ser los dichos “quien tiene auto tiene un problema”, “quien tiene lavandina tiene un problema”, o “quien tiene fósforos tiene un problema”. Todos éstos son herramientas útiles que, descuidadas o mal usadas, pueden perjudicar a sus dueños. Pero ni autos ni lavandina ni fósforos–ya que herramientas comunes causan muchas más muertes que las armas de fuego, por ejemplo–son el blanco para ataques políticos ni para campañas públicas. Probablemente porque no son tan dramáticas los daños hechos por medios cotidianos, y porque todos los hemos usado, los fósforos y la lavandina no satisfacen nuestra necesidad de hacernos mejor que los demás, de esforzarnos contra un supuesto mal. Y ¿quien no quiere un auto zero kilómetro?

Las armas sí sirven esa función de vilipendio, y aun si las conocemos, podemos participar en su condenación, separándonos de los gauchos y salvajes que las reconocen por lo que son y no las odian por ser herramientas eficazes en el combate. Los que dicen “quien tiene arma tiene un problema” no consideran los beneficios de tener armas, cosa que ellos desconocen, ni quieren conocer. Algunos se piensan mucho más civilizados que aquellos violentos que dicen estar dispuestos a hasta matar para salvarse a sí mismos, y no paran a pensar que el simple hecho de armarse no indica un deseo de matar a nadie, tampoco, sino el deseo de evitar la violencia y la muerte. Precisamente porque no paran a pensarlo, no los debemos convertir en enemigos, pero sí debemos invitarlos a conocer lo que tanto temen: a nosotros y a nuestras armas.

Yo tengo armas. Me sirven para aprendizaje científico, entretenimiento sano, caza ética, y coleccionismo, pero más que todas estas cosas, sirven para defender mi vida y mi libertad. Me esfuerzo por tratarlas con el respeto que merecen, observando normas de seguridad. Enseño a nuevos usadores de armas la manera de usarlas seguramente. Busco aprender más de su uso eficaz y responsable y busco profundizarme más en su empleo en el combate. Pero ni así, con todo el trato que tengo con armas, me han dado problema. Al contrario, con auto me he herido, con lavandina he arruinado ropa, y con fuego me he quemado. Pero la culpa no la tuvieron ninguna de esas cosas, sino que cada vez la culpa la tuve yo. Y si algún día llegue a tener problemas de armas, no será la culpa de las mismas, sino que será mi culpa–pues, a cambio de aquellos que se piensan superiores por desconocer las herramientas de la autodefensa, y por estar indefensas ellos mismos, reconozco que soy yo el que finalmente tiene la responsabilidad sobre mi propio destino.

El control de calibre

Siempre me ha decepcionado el hecho de que muchos países buscan controlar el calibre de las armas usadas por sus ciudadanos, especialmente cuando se trata de armas de puño. Considero que lo mismo surge de malas intenciones y un bajo nivel de comprensión respecto al asunto de las armas, la letalidad, y la autodefensa. Inspirado por las palabras de mis compañeros aquí, escribí lo siguiente.

Entre las medidas de control de armas, suponiendo (erroneamente, pero ya que es la justificación con que se dan, continúo) que están destinadas a mantener la seguridad pública, me parecen capaz las más tontas las medidas que restringen calibres comunes al civil. También son muy mal planeadas las medidas que restringen el uso de balas expansivas (Argentina) y que requieren que las armas y las municiones se guarden en lugares distintos (Australia), pero ya estoy saliendo de tema.

En Uruguay el calibre máximo que se puede poseer en una arma corta es 9mm (calibres mayores se pueden poseer como “coleccionista” pero hay leyes que restrignen el uso de las mismas armas, aunque se tengan legalmente). En México, poniendo al lado el charro, es el .38 Especial o el .380 el mayor calibre al cual el civil puede recurrir para protegerse contra la misma muerte. Estas medidas hacen que el arma de puño–muchas veces el arma más accessible–sea apenas capaz de defender la vida, mientras que las fuerzas policiales, que enfrentan a los mismos elementos criminales que los civiles, lo hacen con fuerza de números y con las armas más adecuadas de calibre 9mm y .45 ACP. Para mí, si el fin es la seguridad pública, eso no tiene sentido.

Delineo unas posibles justificaciones de restringir calibres adecuados (tan adecuados como puedan ser los calibres de pistola, siendo un intento de equilibrar la capacidad defensiva y la portabilidad) al ciudadano. Si es porque los calibres mayores son “más letales” o “más eficaces”, ¿me pueden explicar por qué un policía, frente a una amenaza a su seguridad, tiene más derecho a la eficacia defensiva que un civil frente a la misma? ¿Acaso el derecho de autodefensa–ya que la misma policía agarra armas largas para operaciones ofensivas, dejando la pistola para defenderse de los peligros imprevistos–extiende más al empleado público que al ciudadano cuyo consentimiento creó al gobierno? ¿Acaso la vida del personal policial es más importante que la del ciudadano, y entonces merece una defensa más adecuada? Otra justificación: Tal vez es porque la víctima del sicario, suponiendo (erroneamente) que éste guarda todas las leyes de armas, estará “menos muerta” cuando se le asesina con un .32 ACP a la cabeza, que con un 9mm. Con razón, ¿no? Al último, quizás los que son responsables con una .22 o un revólver de .32-20 se convierten en locos o en criminales cuando se suma una fracción de una pulgada al calibre de su proyectil. Tendría que ser, ¿no? Porque yo no veo ninguna justificación aparte. Y si esas cosas no son ciertas, y obviamente no son, entonces ¿por qué se requiere que el ciudadano entre al combate con una mano atada, en una manera de decir?

La verdad es que si una arma se va a usar bien, poco importa que su calibre sea adecuadamente mayor, y entonces las leyes al contrario no sirven; si se va a usar mal, tampoco importa mucho, porque el asesino no habrá guardado las leyes de control, que entonces tampoco sirven. Únicamente si suponemos que cada usuario legítimo de armas es 1) un futuro asesino que 2) a la vez tiene una proclividad por guardar toda otra ley menos la que prohibe el asesino y que 3) no se vale de una escopeta común de calibre 12 que es mucho, mucho más poderoso que cualquier arma corta y que queda disponible a todos–sólo en tal caso debemos esperar beneficiarnos, como público, de tales restricciones, y aun así, poco será el beneficio. Armado con una .38 o una .22 como notoriamente han usado los sicarios, me puede asesinar alguien de manera imprevista; al contrario, el propósito del ciudadano al sacar su revólver no es matar. Poco le importa que su enemigo muera una semana después en el quirófano si en el momento de pegar un tiro en defensa de su propia vida no logra parar el ataque y muere en el mismo hospital, o en la escena, porque su arma, aunque letal como lo son todas las armas, no fue eficaz para parar un atento contra su persona en el momento preciso. Y es para ese propósito–parar un ataque de inmediato, y no necesariamente para matar–que sirven las armas de .38 Súper, o 9mm, o .45 ACP, que restringen tales leyes.

Si podemos confiar en un ciudadano con un arma, ¿por qué no con un arma igual a las exigencias de la autodefensa?

Es posible que tales medidas, en su plena estupidez, se hayan dado acudiendo a una inmadura comprensión de armas. “‘Cuarenta y cinco’? Suena mucho más grande que ‘nueve milimetro’. ¿Quién precisa tal cañón? ¡Prohibido!” Puede ser que algun legislador no haya entendido que las armas cortas son relativamente débiles al lado de las tradicionales armas de caza que normalmente son las últimas en prohibirse, y, lleno de visiones de tiroteos de películas, buscó prohibir aquel revólver que hizo volar para atrás el contrincante de Dirty Harry. Pero aunque haya sido por tal equivocación, queda, entonces, la explicación de otros: el propósito de tales leyes no es para la seguridad pública. Es para la seguridad e impunidad estatal.

El charro: civil armado en defensa de México

Muchas veces se considera que la tradición del civil armado es algo único de los Estados Unidos de América–que por ser ligada a su historia, el norteamericano sostiene y practica esa tradición hasta el día de hoy, más que el ciudadano de cualquier otro país. Si bien es cierto todo eso, nos conviene detenernos y reconocer que esa tradición no es de ninguna manera posesión única del “yanqui”. Reconozcamos que tal tradición ha formado parte importante de la historia de otros lugares, especialmente en nuestro suelo americano (en el sentido más amplio de la palabra), y que esa herencia debe inspirar a los buenos ciudadanos de todo el mundo a mirar hacia atrás a su propia historia, valiéndose del orgullo y sabiduría de sus antepasados nacionales, para establecer la libertad de armas en el presente y en el futuro. A ese fin escribo.

El charro es del varón mexicano el símbolo por excelencia. Montado sobre su corcel, vestido de sus ropas típicas, y con su revolver a su lado, representa no tan sólo una tradición que ha sabido sobrevivir el paso del tiempo, sino también valores de antaño que hacen falta en nuestro mundo de hoy: la voluntad de trabajar, la disposición de servir, y la habilidad de defenderse a sí mismo, a su familia, a su Dios, y a su patria.

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Los Estados Unidos de México reconocen el derecho de tener y portar armas desde el décimo artículo la Constitución de 1857:

Todo hombre tiene derecho de poseer y portar armas para su seguridad y legítima defensa.

De acuerdo con ese principio, y aún antes de que se estableciera en la ley, el charro, con sus armas, ayudó a construir a los Estados Unidos de México, y sobre sus hombros descansa la tradición de una nación. Participaron en la defensa de Nueva España, como el país en entonces se conocía, ya que sus precursores formaron una banda montada para ese fin: los Dragones de la Cuera. Luego los “cuerudos” participaron en la Guerra de la Independencia, valiéndose de sus habilidades con el lazo para atrapar a sus enemigos realistas. En la intervención de Estados Unidos en los 1840, el hacendado Pablo Verástegui “contribuyó con recursos y hombres de su hacienda” para defender la patria. Charros participaron en la Guerra de Reforma y en la intervención francesa, allí apoyando tanto a Maximiliano (quien contribuyó a la tradición) por un lado, como a los repúblicanos por el otro. Y luego, por supuesto, vino la Revolución.

Tal vez el ejemplo más famoso del charro en su rol de ciudadano-soldado se encuentra en la persona de Emiliano Zapata, que usó de sus ganancias como granjero para adornar de plata su traje de charro. Comerciaba en caballos, y fue muy conocido por sus habilidades de jinete. Fue el mismo Zapata que rehusó desarmarse frente a promesas del gobierno, reconociendo (en las palabras de su nieta): “si no me cumplen estando mi gente armada, y yo también, mucho menos lo van a hacer después”.

Fue durante la Segunda Guerra Mundial que se hizo oficial lo que ya se había visto en las páginas de la historia mexicana, y aún mas claramente en sus campos de battalla: que el charro, el ciudadano armado, era la defensa natural del país. El presidente Manuel Ávila Camacho, viendo su disposición para servir en tiempos de incertidumbre y de guerra, los declaró reserva de las fuerzas armadas, “por lo que desde ese año los charros participan en las paradas militares del 15 de septiembre, al lado de los militares”.

Las armas tradicionales del charro han ido evolucionándose a pasar los siglos, pero ya para la época moderna parecen haber quedado bien en memoria dos, a saber: la guaparra y el revólver, que ya mencionamos. La guaparra es un tipo de machete, que se lleva en el recado tradicional del charro. Según lo dicho, el revólver que se lleva en estos días normalmente será de doble acción; o sea, a diferencia que los revólveres de los pistoleros del lejano oeste, estas armas más modernas tienen un gatillo que desarrolla la multiple función de girar el tambor, amartillar el percutor, y disparar el nuevo cartucho, en vez de requerir un movimiento separado para las primeras dos acciones.

El charro empeña el revólver en tareas combativas de la siguiente manera:

Como dato curioso, en el libro de la charrería se habla de la forma en la que el charro debía cuidar su pistola, la forma mas práctica para disparar, así como algunas técnicas para enseñar al caballo a ponerse como barrera en un enfrentamiento. El tiro consentido es el tiro de riña (algunos lo conocen como tiro yaqui) y se trataba, desenfundando con gran velocidad, tener la mejor puntería sin apuntar y con el arma tomada desde abajo.

Aún seguimos practicando ese tiro en el que somos muy buenos, y lo que te hace unirte a tu arma de manera especial, pues debes lograr una total conexión entre tu mirada y la pistola sin apuntar.

Hoy en día, aunque cargados al par de otros mexicanos con el peso de leyes que restringen el acceso legítimo a las armas, “El Charro [aún] lleva arma, para salvaguardar su familia y sus propiedades”. La Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos deja al alcance del ciudadano armas de puño de “calibre no superior al .380” en el caso de pistolas semi-automáticas o de “calibres no superiores al .38 Especial” en el caso de revólveres. Pone restricciones pesadas sobre la pertenencia de armas largas y requiere la registración de las armas civiles, lo que tiene el efecto de disuadir a los seguidores de la ley para que no tengan armas, y controlar indebidamente a los que sí las tienen.

No es preciso en este momento revisar toda la ley; basta decir que es de sobremanera restrictiva y que, en comparasión con la inseguridad y poderoso sector criminal que existen en el país, sólo tiene el resultado de perjudicar a los buenos ciudadanos, haciéndoles sufrir en un estado de desigualdad y debilidad ante las amenazas a su seguridad.

Pero hablando específicamente del charro y de su tradición, nos conviene hacer nota de esta excepción:

A las personas que practiquen el deporte de la charrería podrá autorizárseles revólveres de mayor calibre que el de los señalados en el artículo 9o. de ésta Ley, únicamente como complemento del atuendo charro, debiendo llevarlos descargados.

Aún queda, dentro de una ley severamente desarmista, alguna protección de la tradición del charro como civil armado.

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Entonces el charro, acostumbrado a sus armas, experto con las mismas, y con el orgullo y amor patrio en el corazón, ha hecho de México un estado indepdendiente y de su pueblo un pueblo digno de derecho. Se ha enfrentando con nativos hostiles, con imperios europeos, con invasiones de vecinos, y con el mismo gobierno mexicano–y el charro, el civil armado mexicano, ha sabido conseguir los laureles de la victoria. Esa sí es una tradición que se merece celebrar. Los mexicanos del día de hoy pueden y deben mirar con orgullo al charro, sabiendo que por la valentía y destreza con armas del mismo, ellos también han heredado el espíritu de la independencia.

La verdad es que no todos pueden ser charros. Sin embargo, la herencia del civil armado es algo que comparte el pueblo mexicano entero. Es parte de su patrimonio nacional, y aunque las leyes dificultan e impiden la reverencia hacia esta tradición, reconozcamos que son muchos los que se esfuerzan por mantenerla viva como buenos ciudadanos. Y ahí no terminó: hace falta acción cooperativa para la liberalización del derecho de defenderse. Hace falta el espíritu indominable del charro para hacer frente a los obstáculos que traban a la justicia. Hace falta reforma legal para que el día de mañana, la libertad que siente el charro al montar su corcel sea un sentimiento compartido desde Chihuahua a Chiapas por un pueblo que sí sepa defenderse.

Es por esta tradicón orgullosa que el derecho de tener y portar armas es simplemente un derecho mexicano.

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Fotos de charros montados de Harvey O’Neal Stowe.

¡Ustedes no saben qué es la libertad!

Me llamo Manuel Martínez. Nací en Cuba. Soy ciudadano estadounidense hace más de cuarenta años. Estoy en contra de cualquier manipulación, regulación, eliminación, o perturbación de la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos.

En 1959, una revolución de individuos maliciosos haciéndose pasar por demócratas revolucionarios establecieron un régimen, un régimen dictatorio, en mi nación. Se llamaba comunismo, socialismo, stalinismo, marxismo, y cualquier otro nombre que se le quiera dar.

Se preocuparon por quitar las armas del pueblo–el derecho del pueblo de portar armas. Ese es un derecho dado por Dios. No se da por ninguna persona ni por ningún grupo. Es la misma cosa que la libertad, que es un derecho dado por Dios, y nadie, absolutamente nadie, tiene la autoridad de quitarla.

Hablo para defender la Segunda Enmienda, y mi derecho de ser libre, dado por Dios, terminará únicamente con mi muerte.

Lo he vivido. Lo he pasado. Ustedes no saben qué es la libertad porque nunca la han perdido. No han visto torturas. No han visto asesinatos. No han visto madres rogando por las vidas de sus hijos, hijos que sólo querían ser libres. Mataron tanto a las madres como a los hijos.

Entonces, estoy en contra de esto, porque al tergiversar la Segunda Enmienda, nos abrimos al comunismo en la misma manera que lo hicieron Cuba, China, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Venezuela, y demás. Será un régimen dictatorio que destruirá este país, en la misma manera que se destruyeron los países que les mencioné.

Con controlar las armas, no protegerán a nadie. Eso no protege a los ciudadanos, no protege al pueblo. La única razón para controlar las armas es para que el gobierno pueda protegerse de los ciudadanos. En esa manera el gobierno podrá esclavizar, manipular el pueblo, y subyugarlo. Así pasó en Cuba hace 54 años.

Yo vine a este país para la libertad. Cuando yo llegué, las cosas eran diferentes. Este país me recibió con los brazos abiertos, y me dio algo que no podía tener en Cuba. Si no me hubieran recibido con los brazos abiertos, probablemente no estaría aquí hoy.

Espero que haya sido claro y que entiendan mi punto de vista. Creo que con esto concluyo mi testimonio.

¡Libertad! ¡Libertad!

Armas democráticas

George Orwell, autor de 1984, escribió lo siguiente el 19 de octubre 1945.

Es ampliamente entendido que la historia de civilización es mayormente la historia de armas. En particular, la conexión entre el descubrimiento de pólvora y el derrocamiento del feudalismo por la burguesía se ha notado una y otra vez. Y aunque no dudo que se encuentren excepciones, creo que la regla siguiente será, por lo general, cierta: que las épocas en que el arma principal es cara o difícil de construir tenderán a ser las épocas del despotismo, mientras cuando el arma principal es barata y sencilla, la gente común tiene una oportunidad. Entonces, por ejemplo, tanques, acorazados, y bombarderos son intrínsecamente armas tiránicas, mientras fusiles, mosquetes, arcos largos, y granadas de mano son intrínsecamente armas democráticas. Una arma compleja hace que los fuertes sean más fuertes, mientras una arma sencilla–siempre que no haya con qué contestarla–da garras a los débiles.

La gran época de democracia y de autodeterminación nacional fue la época del mosquete y del fusil. Después del invento del mosquete de chispa, y antes del invento de la cápsula fulminante, el mosquete fue una arma medianamente eficiente, y a la vez tan sencillo que podía ser fabricado en casi cualquier lugar. Su combinación de atributos hizo posible el éxito de la revolución americana y de la francesa, e hacía de una insurrección popular algo mucho más grave que lo que podría ser hoy en día. Después del mosquete vino el rifle de retrocarga. Éste fue una cosa relativamente compleja, mas podría fabricarse en veintenas de países, y era barato, fácilmente contrabandeado, y económico de munición. Aun la nación más primitiva siempre podía adquirir fusiles de algún fuente u otra, para que los bóeres, los búlgaros, los abisinios, los marroquíes–aun los tibetanos–pudieran luchar por su independencia, a veces con éxito. Pero después de eso cada desarrollo de técnica militar ha favorecido el Estado contral el individual, y el país industrializado contra el primitivo. Hay cada vez menos focos del poder. Ya, en 1939, sólo había cinco estados capaces de hacer guerra a gran escala, y ahora sólo hay tres–al final, capaz, sólo dos. Esta tendencia ha sido obvia por años, y fue reconocida por algunos espectadores aun antes del 1914. La única cosa que puede darle marcha atrás es el descubrimiento de una arma–o, para decirlo en términos más amplios, un modo de combate–que no dependa en gran concentraciones de fábricas industriales.

La teconolgía de armas ha avanzado algo desde la época de Orwell. Si se ha cumplido ya su profecía, por decirlo así, de una arma que traiga de nuevo equilibrio entre el individuo y el Estado, y entre las naciones grandes y pequeñas–no lo sé. Mas sí sé que es nuestro derecho el poseer aquellas armas que son más adecuadas para defender la democracia hoy. Que ejerzamos este derecho con la madurez y rectitud de buenos ciudadanos y libres, para que las generaciones futuras también lo pueden ser.