Érase una vez un joven que se cruzó con un caballero kiosquero a quien le compró un pebete de jamón y queso, un alfajor, y una Coca-Cola. Al mover el joven su saco para sacar el dinero con que pensaba pagar, y sin intención ni dándose cuenta, quedó expuesto a la vista el mango de un cuchillo verijero, lo cual llevaba el joven en la forma tradicional, al nivel del apéndice y bajo su faja. Pagó al hombre y ahí recién éste le preguntó:
“¿Vos sabés que es ilegal llevar armas?”
Sorprendido, el joven le respondió: “Me habían dicho que no.”
“Es ilegal,” insistió el kiosquero.
“Un conocido mío conoce muy bien el tema, y enseña al respecto. Me dijo que era legal siempre que la intención no fuese criminal.”
“No, pero igual vos estás portando una arma blanca. No se puede. Encima, a veces la mejor arma son éstas”, dijo, sosteniendo las manos. Luego, con una actitud de satisfacción vanidosa, pasó las mismas manos por su cintura. “Mirame a mí: yo no porto armas. Yo no tengo miedo.”
“Yo no tengo miedo, pero tampoco me quiero descuidar,” respondió el joven humildemente.
“Sí, pero a veces es peor tener arma. Si la tenés que sacar, después puede terminar siendo peor para vos.”
“Bueno, gracias por decirme,” respondió el joven, todavía inseguro respecto al consejo que se le había dado.
“Te digo porque a mí me gustan los cuchillos. Los colecciono,” dijo el kiosquero, “pero los dejo ahí en casa.”
“Bueno, de igual manera, voy a buscar en la ley para asegurarme,” dijo el joven. “Gracias de nuevo.” Y así se fue.
Lo que ahí transcurrió es indicativo de unas cuantas falacias que se han establecido en el corazón de la población en general. Convencidos de su propia civilización, y de la barbarie de aquellos que tienen o portan armas, la actitud que poseen y exponen tipos como el kiosquero se puede resumir en una frase célebre:
Quien tiene arma tiene un problema.
Esta actitud es una que, hablando francamente, nace desde la ignorancia. Supone, ante todo, que el arma sirve de poner más en peligro a su dueño que a cualquier otro, que es para él un mayor riesgo que cualquier utilidad que ofrezca, que directamente no tiene utilidad, o que es una mala cosa en sí. Mas la gente que la repite no es, en su totalidad, mala gente–como creo que la mayoría de las personas en este mundo son bastante buenas–sólo es que se les ha dado a comer una mentira hasta el punto que la tragan entero.
Empecemos con las aserciones del kiosquero.
- Primero, dejando al lado cuestiones legales, él sostuvo que las mejores armas pueden ser las manos. Ésta es una de las falacias preferidas de los hoplófobos, que la mano vacía es más eficaz para la autodefensa que la mano armada. Se escucha muchas veces junto a fantasías karatecas, donde normalmente un novato en el noble estudio de las artes marciales no armadas busca justificar a sí mismo contra la dura realidad de la calle y de la historia humana: que, ceteris paribus, las armas son una ventaja en el combate. Como dijo el gran luchador brasilero, Rorion Gracie, “¿Más de uno? ¡Usá arma!”
Hay un excelente artículo por Don Rearic, llamado “La realidad de la calle vs. otras realidades“, que habla específicamente de este mito. Él identifica razones por qué alguien diría tal cosa (entre ellas que la persona siente incómoda al saber que otra persona sabe usar armas que ella misma desconoce), e indica que no es cierta por razones históricas (ningún ejército se presentó al campo de batalla sin armas si fuera posible armarse).
Yo voy a ir más allá y comparar la primera idea expresada por el kiosquero con otra que él mismo sostuvo: que las armas blancas son inapropiadas para llevar en la calle, cosa que lógicamente tiene que asociarse con el hecho de que las armas blancas son más peligrosas, más eficaces en el combate, que la mano vacía. Ese hecho sí es cierto; la conclusión del kiosquero a base de ello no lo es, y lo discutiremos luego. Por ahora reconozcamos que se contradice gravemente él que sostiene que las armas blancas son demasiado peligrosas para llevar encima, pero que la mano vacía es más eficaz (es decir, peligrosa) en la autodefensa: si las manos son armas más peligrosas, será de poca importancia que uno tenga un cuchillo a la mano.
- Segundo, el kiosquero sostuvo la falacia de que llevar arma comunica temor, miedo, o paranoia de parte de quien la lleva. Es una falacia porque supone que hay una sola actitud–la que probablemente tendría el kiosquero al verse impulsado a portar arma, ya que es él que las asoció con el miedo–con que se puede llevar un arma; la respuesta del joven muestra que no es cierto.
Podemos hacer comparaciones con el tránsito automotriz: que uno lleve casco cuando encima de la moto, o cinturón de seguridad siendo pasajero en un auto, no quiere decir que tenga miedo o paranoia hacia la calle. Quiere decir que uno reconoce un probable peligro y, sin dejarse dominar por el miedo, se prepara ante el mismo. Tanto escritura religiosa como Clint Smith sostienen que él que está preparado no tiene por qué temer. Ser precavido no es ser paranoico.
Antes bien, ser precavido respecto a la autodefensa no es nada más ni menos que reconocer que hay situaciones inesperadas que surgen en esta vida; que las mismas pueden perjudicar nuestra salud, nuestra vida, y las mismas de nuestros seres queridos; y que conviene prepararnos de antemano para enfrentarlas. El simple hecho de llevar un arma, y de aprender a usarla, no es una preparación drástica, no nos cuesta nada, pero sí nos da la oportunidad de, frente a situaciones precisas, ser los dueños de nuestro propio destino. Como dice el refrán, es mejor tenerla y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla. En esto no hay paranoia.
- Tercero, el kiosquero indicó que las armas pueden hacer peor las cosas para quien las usa en defensa propia. Si se dijo en el sentido de riesgo legal, es una falacia porque supone que el costo de llevar y usar armas en circunstancias no claramente legales (como las circunstancias que discutían el joven y el kiosquero; conste que no hablo de romper la ley, sino que reconozco que aun donde la autodefensa armada no se considera delito a veces surgen complicaciones legales) es mayor que el costo de precisarlas y estar sin ellas en el momento debido. Sencillamente: supone que es peor sufrir una condena de cárcel que una muerte de la cual no hay salida. Si la arma se necesita–pues, usarla en circunstancias cuando no se necesita no se trata de autodefensa, y entonces no tiene que ver con nuestro análisis; el kiosquero mismo supuso una situación en que el arma se tenía que sacar–entonces la vida está ya en peligro, y no conozco a nadie que en el momento de urgencia se dejaría matar por no comter una posible violación del código penal.
Si la conclusión se sacó en el sentido de riesgo físico, que el arma hará peor a una mala situación, o que hasta le será quitada al dueño y usada en su contra–es otra de las falacias que muchas veces sostienen los hoplófobos, tomando una remota posiblidad y haciendola el enfoque de una análisis. Que es incierto se muestra recurriendo a la estadística. Hablando específicamente de armas de fuego, el doctor Gary Kleck encontró que
…es mucho menos probable que las víctimas que usan armas sufran heridas o pierdan propiedad que otras víctimas parecidas en circunstancias parecidas usando cualquier otra estrategia de autoprotección, incluso la de no ofrecer ninguna resistencia. Es poco común que víctimas que usan armas sufran heridas, y cuando si las sufren, normalmente se hirieron antes de que emplearan el arma. Por ejemplo, menos de 6% de víctimas de robo que usan armas de fuego sufren heridas después del uso defensivo del arma, y algunas de estas heridas a lo más probable se hubieran inflingido de igual manera, sin o con resistencia.
Pero ni ahí nos es necesario ir. Podemos mirar simplemente a la lógica, y considerar las fuerzas de seguridad o a los criminales mismos. Si usar armas perjudica más a sus dueños que a los enemigos de ellos, o si perjudican más que no usarlas, entonces las fuerzas policiales y los criminales no usarían armas, y preferirían que sus enemigos (en el caso de los criminales, nosotros) sí las usaran para así ponerse a desventaja. Sin embargo, tanto la policía como los enemigos de la ley emplean armas blancas o de fuego, y 57% de criminales temen más el encontrarse con víctimas armadas que con la misma policía.
Entonces ni en el sentido legal, ni físico, las armas no empeoran la situación de quien las emplea en defensa propia.
Bueno, hemos dejado en claro que nuestro amigo kiosquero estaba equivocado. ¿De dónde sacó su actitud? Hemos dicho que puede que algunas personas critican la portación y el uso defensivo de armas porque no conocen las mismas, lo cual les incomoda ante una persona que sí las conoce o que está dispuesta a portarlas. Eso es un sentimiento natural, y su mejor remedio no es la condenación, sino el aprendizaje. Las armas son igualadoras, y si es que tomamos la iniciativa propia de armarnos tanto con herramientas de defensa como con capacitación, nos pueden dar la ventaja contra el mal. A cambio, es un grave error querer criminalizar su tenencia y portación para que nuestros buenos vecinos queden forzados a compartir el estado de indefensabilidad que hemos elegido para nosotros mismos, y así buscar igualdad en la debilidad para nuestra propia satisfacción. No tan sólo es injusto, sino que puede costar vidas.
Otra explicación puede ser que el kiosquero nunca tuvo ocasión de defenderse ante una amenaza más real que una pelea de boliche, y entonces nunca vió la necesidad de portar armas–siendo ése el caso, si bien no lo podemos culpar por su desconocimiento, debemos culparlo por dar consejos sin conocimiento, como el consejo que la mano vacía es más eficaz en cuestiones de autodefensa. El remedio aquí es ayudar a tal persona a darse cuenta de las realidades del mundo en el que vivimos, mientras oramos para que nunca se terminen dando cuenta por vivirlas en carne propia.
Sugiero otra explicación: ya que el kiosquero sí tiene algún conocimiento de cuchillos, podemos considerar su hostilidad respecto a la portación de las mismas una manera de separarse a sí mismo de los que sí las portan. Naturalmente existen éstos últimos en otra categoría: por él, los cuchillos no son armas en el sentido más puro, sino que son juguetes o piezas de arte. Él no es uno de aquellos locos que las consideran capaces de herir o dañar, aunque sea en autodefensa, así que por favor no le vengan a él con críticas de paranoia. Él no está en eso. Él es uno de los verdaderos responsables, y ¿qué mejor manera de mostrarlo que aconsejando con condescendencia a uno de los “otros”? Frente a tal actitud debemos responder como el joven en el cuento, y simple ser humildes: si es que “otros” hemos de ser, seamos los “otros” mas gentiles que podamos.
Al final, probablemente los tres factores juegan en su decisión de aconsejar en contra de la portación de armas por razones más que legales y con tal actitud.
El kiosquero es sólo uno de muchos que consideran que tener arma es tener un problema. Se asustan con visiones de accidentes, de irresponsabilidades borrachas, de pasiones violentas no contenidas. Proyectan estos miedos–miedos que capaz que sienten hacia sí mismos–sobre el resto de la sociedad y así repiten el refrán. Es algo que creen, y como les parece que hacen bien, se sienten bien al creerlo. Nunca precisaron de armas, y como no quieren matar a nadie, ¿para qué?
Admito que la frase “quien tiene arma tiene un problema” puede ser cierta, tal como lo pueden ser los dichos “quien tiene auto tiene un problema”, “quien tiene lavandina tiene un problema”, o “quien tiene fósforos tiene un problema”. Todos éstos son herramientas útiles que, descuidadas o mal usadas, pueden perjudicar a sus dueños. Pero ni autos ni lavandina ni fósforos–ya que herramientas comunes causan muchas más muertes que las armas de fuego, por ejemplo–son el blanco para ataques políticos ni para campañas públicas. Probablemente porque no son tan dramáticas los daños hechos por medios cotidianos, y porque todos los hemos usado, los fósforos y la lavandina no satisfacen nuestra necesidad de hacernos mejor que los demás, de esforzarnos contra un supuesto mal. Y ¿quien no quiere un auto zero kilómetro?
Las armas sí sirven esa función de vilipendio, y aun si las conocemos, podemos participar en su condenación, separándonos de los gauchos y salvajes que las reconocen por lo que son y no las odian por ser herramientas eficazes en el combate. Los que dicen “quien tiene arma tiene un problema” no consideran los beneficios de tener armas, cosa que ellos desconocen, ni quieren conocer. Algunos se piensan mucho más civilizados que aquellos violentos que dicen estar dispuestos a hasta matar para salvarse a sí mismos, y no paran a pensar que el simple hecho de armarse no indica un deseo de matar a nadie, tampoco, sino el deseo de evitar la violencia y la muerte. Precisamente porque no paran a pensarlo, no los debemos convertir en enemigos, pero sí debemos invitarlos a conocer lo que tanto temen: a nosotros y a nuestras armas.
Yo tengo armas. Me sirven para aprendizaje científico, entretenimiento sano, caza ética, y coleccionismo, pero más que todas estas cosas, sirven para defender mi vida y mi libertad. Me esfuerzo por tratarlas con el respeto que merecen, observando normas de seguridad. Enseño a nuevos usadores de armas la manera de usarlas seguramente. Busco aprender más de su uso eficaz y responsable y busco profundizarme más en su empleo en el combate. Pero ni así, con todo el trato que tengo con armas, me han dado problema. Al contrario, con auto me he herido, con lavandina he arruinado ropa, y con fuego me he quemado. Pero la culpa no la tuvieron ninguna de esas cosas, sino que cada vez la culpa la tuve yo. Y si algún día llegue a tener problemas de armas, no será la culpa de las mismas, sino que será mi culpa–pues, a cambio de aquellos que se piensan superiores por desconocer las herramientas de la autodefensa, y por estar indefensas ellos mismos, reconozco que soy yo el que finalmente tiene la responsabilidad sobre mi propio destino.