Usted ¿qué sabe de las armas?

Últimamente he estado pensando en un tema, que es el de cómo nuestra familiaridad con las armas cambia nuestra percepción de ellas.

Recuerdo cuando de niño mi padre me llevó al campo a enseñarme a disparar un rifle de calibre .22. Nunca lo había hecho antes, y recuerdo hasta hoy día muchos detalles de aquella experiencia. Basta decir que me dejó marcado. Me divertí mucho, pero también habré estado un tanto nervioso–mi madre seguramente lo fue, y se quedó en la camioneta esa y cada otra vez que estuvo presente cuando yo y mi padre, y luego mis hermanas menores, fuimos a disparar.

Hoy no siento los mismos nervios. ¿Por qué la diferencia hoy? Las armas no son menos poderosas–antes bien, hoy estoy acostumbrado a practicar con armas de calibre mayor que aquel pequeño fusil, diseñado para joven. Sin embargo, la experiencia ya no es igual que antes. De hecho, es un poquito más aburrido ahora que lo fue en esas primeras ocasiones. Para mi madre, a cambio, poco ha cambiado.

Lo que ocasionó la diferencia en actitud fue una cosa, y una cosa sola: experiencia.

Para hacer más fácil de entender este principio, usemos un ejemplo, el de los automóviles. No es un ejemplo perfecto–analogías perfectas hay pocas en este mundo–pero para nuestros propósitos en este momento, nos servirá de ayuda. Ahora nos es suficiente reconocer que hay una gran diferencia entre tener o portar, y usar: el poner reglas respecto a la posesión no es tan inocente como el poner reglas respecto al uso, aunque el intento de las dos reglas sea supuestamente para el bien público.

¿Recuerda usted la primera vez que se puso atrás del volante de un automóvil? ¿Cómo fue? Seguramente algo para causar sentimientos nerviosos, ¿no? Pero ahora, ¿cómo se siente manejar? Seguramente se ha hecho algo común, no algo para dar asombro, ni para hacer palpitar el corazón. Todavía respetamos el hecho que el auto es una máquina con potencial peligrosa, pero ahora entendemos–no tan solo porque se nos ha dicho, pero por experiencia–que el automóvil es una herramienta que nosotros somos capaces de controlar según nuestra voluntad. Ahora entendemos, no tan solo por haberlo escuchado, sino por haberlo vivido, que está en cada uno de nosotros conducir con cuidado.

Ahora volvamos al tema de las armas. La gente que las conoce bien no tiene miedo de ellas en sí, aunque respeta tal vez mucho más que otros su potencial, ya que la conoce por experiencia. La gente que las conoce poco no tiene tanto miedo de ellas, aunque quizás esté dudosa de otras armas con las cuales no tiene experiencia. La gente que las desconoce enteramente o casi enteramente muchas veces siente gran aprensión al pensar en ellas, y sólo puede imaginarlas como símbolos del mal y agentes de maldad.

Ahora, imagínese usted que nunca tuvo la oportunidad de aprender a manejar un auto, ni ser pasajero en uno. Ni tampoco sus vecinos y amigos lo han hecho, con rara excepción. Usted ve en las noticias como los autos están involucrados en todo tipo de mal, desde choques menores hasta robos de banco y accidentes que resultan en la muerte de muchas personas inocentes. ¿Qué va a pensar usted en cuanto a los automóviles? Por más ridículo que parezca, usted probablemente va a pensar que los autos no sirven para nada sino para maldad, y ni se le va a ocurrir que el auto puede servir para bien o ser útil. Hasta apoyaría aquellas leyes que prohiben los autos para la gente común o hace muy, muy difícil que los compre o los tenga.

Esta es la misma situación en que están muchas personas en relación con las armas. No las han visto sino en manos de policía. No las han usado ni conocen a muchas personas que lo han hecho, y capaz que los pocos conocidos que sí lo han hecho no lo han hecho de manera muy segura (por ejemplo, los que se ponen borrachos y disparan en el aire para dar la bienvenida al año nuevo)–esto causa en aquellas personas una mala opinión de las armas. Finalmente, ven sobre las noticias informes de robos y asesinatos y terminan pensando que las armas son irrevocablemente afiliados con el mal. Ni se paran a pensar que las armas, como los autos, pueden tener utilidad e importancia. Desafortunadamente, no tan solo eso, sino que también esas personas van a apoyar aquellas leyes y reglas que quitan estos supuestos males de las manos de la gente común–pues, ¿no entienden muy bien que las armas no sirven para bien?

Una gran parte del problema, entonces, es esta falta de experiencia con las armas, que conduce a una fobia de ellas. Estas mismas personas–y capaz que usted sea una de ellas–a su vez tienen el poder de votar y decidir para todos nosotros las reglas que se pondrán en práctica respecto a las armas. Ya que éste es el caso, y que es responsabilidad de todos votar sabiendo de qué votamos, invito a toda persona honrada que no conozca las armas a conocerlas, bajo buena instrucción, y respetándoles con estas cuatro reglas de seguridad:

1. Trate cada arma como si estuviera cargada.

2. Nunca apunte una arma a ninguna cosa que no esté dispuesto a destruir.

3. No toque el gatillo de una arma hasta que esté listo para dispararla.

4. Esté siempre seguro de su blanco y de lo que quede atrás de él.

Si así lo hacen, les puedo prometer dos cosas: se divertirán, y lograrán un mejor entendimiento de qué son las armas. Si vamos a estar votando e instruyendo a generaciones futuras en cuanto al asunto, que nos eduquemos de verdad en cuanto al asunto es poco para pedir. Lo debemos a todas las personas cuyos derechos están en juego–a saber, usted, yo, y nuestros hijos.

Puede que ahora no le gustan las armas a usted, pero imagina: ¿cómo sería su vida y su percepción de los automóviles si nunca hubiera aprendido a manejar?